En el campo mexicano hay cultivos y regiones muy exitosas, de alta rentabilidad, pero ésa no es la situación generalizada en el país. Los fenómenos del cambio climático que se experimentan en la actualidad, plantean nuevas y urgentes necesidades que podrían ser atendidas mediante diversos recursos biotecnológicos que, hoy por hoy, están en el intenso debate en torno a los cultivos genéticamente modificados.
En el sector se vive una más de las paradojas del sistema normativo nacional: se dispone de una ley de bioseguridad de vanguardia, que en la actualidad es letra muerta, pues cultivos como la soya y el maíz amarillo genéticamente modificados, productos que podrían generar una importante rentabilidad en México, no pueden desarrollarse debido a una orden de suspensión de carácter judicial, “y de todas maneras, el maíz amarillo y la soya que entonces tenemos que importar, son cultivos genéticamente modificados”, señala Alejandro Monteagudo, director general de AgroBIO, quien, en conversación con Crónica revela un panorama de contrastes, de crisis y de potencialidades en torno al campo mexicano.
“Tenemos sectores muy exitosos, como el aguacate o las berries; que tienen cifras muy buenas en términos de productividad y de éxito exportador. Son un ejemplo de hacia dónde se puede caminar como sector, pero en el caso de algunos cultivos, los resultados difieren de una manera que resulta dramática.”
En el corazón de esos contrastes está la discusión por el empleo de cultivos genéticamente modificados, de los cuales ya hay casos que generan beneficios, como es el caso del algodón que ya ha sentado carta de residencia en el norte del país.
“Se cumplen 21 años del cultivo de algodón genéticamente modificado”, refiere Monteagudo. “Su siembra ha venido a transformar un escenario muy duro: el algodón estaba prácticamente olvidado a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, pues los azotes del clima, las plagas y la maleza, además del bajo precio que se pagaba por él, lo hacían poco rentable y poco atractivo para los productores. Cuando llegó esta biotecnología, la historia cambia: hoy día, 95 por ciento de la producción algodonera de este país es genéticamente modificada. Ya tenemos indicadores, después de dos décadas: el uso de esa tecnología ha producido beneficios por unos 400 millones de dólares, una producción creciente en Chihuahua, La Laguna, en el Valle de Mexicali, en Tamaulipas. Eso quiere decir que se ha ganado la preferencia de los productores”.
Ése es, quizá, el meollo de la discusión por el uso o no uso de la biotecnología agrícola moderna. AgroBIO es una organización que agrupa a las empresas que la desarrollan en nuestro país. Alejandro Monteagudo, su director general, asegura que el uso de estas tecnologías está al alcance de grandes, pequeños y medianos productores agrícolas: “si bien es cierto que la semilla tiene un costo, que se suma a los otros gastos de producción, también es cierto que los productores pueden evaluar, en términos del volumen que obtienen, su rentabilidad real.” Pero la condición para que eso ocurra, advierte, es que haya la posibilidad, conforme a las normas vigentes, de que los productores tengan la libertad de probar, y luego de decidir, si lo que hoy ofrece la ciencia aplicada a la agricultura les es de interés y de utilidad.
EL DEBATE POR EL MAÍZ AMARILLO. Una de las grandes discusiones, actualmente, en torno a la biotecnología en México, se centra en el maíz amarillo, empleado en nuestro país, esencialmente, para producir alimentos balanceados a todo tipo de ganado y se emplea, incluso, en el alimento para mascotas.
“Hay dos tipos de maíz en México: el blanco, que es el que consumimos los seres humanos, y del cual somos productores superavitarios, con 25 o 26 millones de toneladas al año. En el caso del maíz amarillo, el panorama es muy distinto. Hay un déficit de 90 por ciento; consumimos por año de 11 a 13 millones de toneladas y solamente producimos un millón. ¿Qué hacemos? Salimos al mercado internacional a buscarlo, con todo lo que eso implica, pues es un producto demandado, que hay que comprar con un tipo de cambio fluctuante, y así se genera un ambiente de gran incertidumbre, pues el sector pecuario reporta que dos terceras partes del costo de su producción proviene de los alimentos”, narra Monteagudo.
Por eso, detalla, la posibilidad de producir suficiente maíz amarillo impactaría favorablemente en el sector, sin necesidad de salir al mercado internacional, donde, además, 90 por ciento de ese maíz que compran productores mexicanos, también es genéticamente modificado, y que, incluso, está autorizado por el gobierno mexicano, para consumo humano.
Pero, por el momento, está vigente una suspensión dictada por el Poder Judicial de la Federación, que impide que la siembra de maíz amarillo genéticamente modificado, que ya ha sido autorizado para etapas de siembra de experimentación y piloto, pase a la siguiente etapa, que sería la producción amplia. Esta suspensión, apelada por las empresas de biotecnología, deberá resolverse en los meses venideros
NUEVAMENTE: LA AUSENCIA DE PENSAMIENTO CIENTÍFICO. Alejandro Monteagudo está convencido de que en el debate acerca de los beneficios de la biotecnología, la cerrazón de los sectores que han bloqueado el desarrollo y explotación están dejando proyectos de gran potencial en los laboratorios de investigación. Científicos mexicanos tienen ya aportes extraordinarios, pero éstos están detenidos ante el recelo y la tardanza en la creación de la reglamentación en el área.